Rusia día 7: San Petersburgo (Museo Ruso, Palacio de Catalina)

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Museo Ruso

No teníamos tiempo que perder, habíamos programado pasar todo el día viendo el Palacio de Catalina y luego el de Pablo, ambos en la cercana villa de Pushkin. Pero como el día anterior no habíamos podido visitar el Museo Estatal Ruso porque lo habíamos encontrado cerrado, visitamos éste primero antes de salir de la ciudad. Cuando llegamos, la entrada no se parecía en nada a lo que habíamos visto el día anterior. No nos quedó claro si es que nos habíamos confundido de museo (porque había dos, uno al lado de otro), o es que habíamos entrado por otro lado pero en el edificio correcto. Nos quedamos bastante moscas, si nos habíamos confundido habíamos perdido un tiempo precioso. Por otro lado, no era la primera vez que nos encontrábamos cerrado algún sitio (caso de la Catedral de San Isaac o la Sangre derramada, que nos encontramos cerradas durante tres días sin motivo aparente) aún habiendo apuntado todos los horarios de los respectivos sitios oficiales en Internet. En cualquier caso ya estábamos allí, y después de dejar los abrigos en el ropero, nos dispusimos a disfrutar de este museo compuesto exclusivamente de pintura rusa.
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Entrada al Museo Ruso

En todos los museos nos llamaba la atención que todas las vigilantes de las salas eran mujeres mayores, próximas a la jubilación, algunas incluso ya pasadas de fecha. Las pobres parecían aburrirse bastante, alguna leía, otras calcetaban, otras miraba al infinito y otras directamente echaban una cabezadita. Uno de los puestos donde vendían postales estaba cerrado porque la trabajadora tenía el día libre, como rezaba el cartel. No fue el único sitio donde nos pasó (nos había pasado el día anterior en la Fortaleza de San Pedro y San Pablo) pero nos parecía increíble. Es algo que no encontramos en ninguna otra parte, porque normalmente si alguien falta lo reemplazan con otra persona, pero ¿cerrar el puesto? ¡rarísimo! Y si lo cierran te indican el puesto similar más cercano. Misterios de Rusia.
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Día libre. Y punto.
La planta baja del museo, con iconos, no nos llamó mucho la atención, pero la primera planta nos gustó mucho, y no sólo por las obras, sino también por la decoración de las salas:
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Y la parte de pintura moderna era muy interesante también, pero por las obras y no por la decoración ;)
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Lo que en principio íbamos a ver más de pasada, nos gustó tanto que estuvimos casi tres horas, hasta las 12 de la mañana.

Palacio de Catalina

Nuestra siguiente visita era el Palacio de Catalina, en la cercana población de Pushkin, a 25 kilómetros al sur de San Petersburgo. Este tranquilo emplazamiento se convirtió en la residencia estival de los zares, con el nombre de Tsarkoye Selo (aldea real). Hay varias maneras de llegar hasta allí, nosotros optamos por ir en tren desde la estación de Kupchino. La primera parte, llegar en metro hasta allí, fue pan comido, pues moverse en metro estaba tirado. Luego ya en la propia estación de tren, pedir un billete para Tsarkoye Selo ( Ца́рское Село́) y entender en qué maldito tren nos teníamos que subir no lo fue tanto. Como siempre las indicaciones brillaban por su ausencia, así que una vez más la mejor forma fue preguntar a los que estaban ya dentro del tren. De nuevo supimos dónde nos teníamos que bajar porque íbamos siguiendo la trayectoria del tren con el GPS del móvil. ¡Bendito móvil!. [Tip: en la web oficial de los palacios está indicado cómo llegar de diferentes formas, muy útil, aunque no siempre exacto.]

Una vez en la estación de Pushkin debíamos buscar unos taxibuses/minibuses con unos números concretos que eran los que hacían el trayecto desde el centro hasta el palacio. Pero los números y las informaciones no se parecían en nada a los que llevábamos apuntados (sacados de la web oficial del palacio). Nos hicimos entender más o menos para que nos indicaran la parada y cuando apareció un taxibus que nos dijo que iba a "Catherine Palace" nos metimos y nos dio igual que fuese el número correcto o no. Estaba lloviendo bastante y no teníamos ganas de esperar más.
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En el minibús
No hubo ningún problema, el minibus nos dejó a la entrada del Palacio. Una pena que el día estuviese tan feo. Hacía un día de lo más desagradable para poder disfrutar de los jardines, pero por lo menos los colores del otoño eran bonitos y había poca gente. Algo es algo :)
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Para acceder al palacio hay que pagar primero la entrada al parque, que apenas son unos céntimos de euro. El palacio estaba en obras, y con el día tan gris y la lluvia ese palacio impresionante que habíamos visto en fotos no era el mismo:
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Decidimos visitar primero el palacio, con la esperanza de que escampase y poder disfrutar el parque, y también porque era lo que más temprano cerraba (a las 17:00).

El Palacio de Catalina (Екатерининский дворец) fue mandado construir por Catalina I, mujer de Pedro I el Grande, pero fue su hija Isabel I la que encargó al arquitecto Rastrelli su remodelación. El resultado fue un lujoso y ostentoso palacio de estilo rococó que posteriormente mejoró y amplió su nuera, Catalina II la Grande. El palacio sufrió numerosos daños durante la IIGM, y los nazis arrasaron con todo lo que había en su interior durante el sitio de Leningrado. Hoy en día sigue en proceso de restauración.

Antes de entrar hay que ponerse unas fundas en los zapatos para no manchar o estropear el suelo. Aquí nos encontramos con una pareja de novios que venían a hacerse las fotos de la boda, y que, al igual que nosotros, también tuvieron que pasar por el torno y ponerse fundas sobre el calzado.
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La entrada al palacio en sí se hace por la Gran Escalinata de mármol, cuyas paredes están decoradas con jarrones y fuentes de porcelana orientales.
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Gran escalinata de acceso al palacio.
La Gran Sala o Sala de Luces, la sala más grande del palacio (aproximadamente 800 m2) y completamente dorada, era la que se utilizaba para recepciones y bailes. La sucesión de ventanas y espajos daban la sensación de una sala infinita.
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El resto de las salas son a cada cual más original, todas con decoraciones diferentes, salidas de la imaginación de Catalina II y su arquitecto:
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Sala árabe
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Comedor formal blanco
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Sala de pilastras roja
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Antesalas con chimeneas revestidas de azulejos.
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Sala china
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Comedor verde
El Salón de ámbar es la sala más conocida de todo el palacio. Esta sala está enteramente recubierta de ámbar de arriba a abajo. Durante el saqueo los nazis se llevaron todo, y lo que se ve ahora mismo es una reconstrucción bastante fiel al original. Aunque se pueden hacer fotos en todo el palacio, en esta sala en concreto estaba prohibido. Aún así nos las apañamos para tener un recuerdo en forma de foto.
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Sala de ámbar.
Cuando acabamos el tour del palacio ya eran las 15:00 horas, así que nos fuimos a comer a la cafetería del palacio. La comida no era gran cosa, pero era lo que más cerca teníamos.
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Sopa solyanka y pollo con champiñones
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Sopa de champiñones y patatas rebozadas
Por desgracia el día no había mejorada nada, y llovía incluso todavía más. Pertrechados con paraguas y bien abrigados nos dispusimos a disfrutar como pudimos del Parque de Catalina. La verdad es que quitando la zona de delante del palacio donde estaban los parterres, quizá la más sosa, el resto era precioso. Los diferentes colores otoñales e incluso la propia lluvia le daba un ambiente muy especial que disfrutamos mucho:
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Cuando salimos del parque nos acercamos a curiosear por los distintos mercadillos que había al lado, que estaban ya recogiendo. Allí compramos tres matrioskas, dos de 10 piezas y una de 5 a muy buen precio, unos 3€ más baratas de lo que me pedían en San Petersbrugo y 5€ menos de lo que nos habían pedido en Moscú. [Tip: En Moscú se pueden comprar matrioskas baratas en el mercadillo de Izmailovo. En San Petersburgo al lado de la Iglesia de la Sangre Derramada las había en un mercadillo bien de precio, y en Pushkin mejor todavía] Con el tema de los souvienirs zanjado, no teníamos más que hacer allí. A pocos minutos está el Palacio de Pavlosk, del hijo de Catalina II, pero era imposible visitarlo porque cerraba a las 17:00. Como ir sólo a ver el parque no nos compensaba, decidimos volver a San Petersburgo.

Para coger el tren no nos hicieron pasar por las máquinas y validar el billete, simplemente tuvimos que cruzar a la plataforma por el medio de las vías, tal y como harías en cualquier pueblo. Una hora después estábamos de nuevo en la antigua Leningrado.
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Paseo por los puentes de San Petersburgo

Como teníamos tiempo de sobra y nada programado, paseamos por las calles de San Petersburgo y nos acercamos hasta el Puente Egipcio, uno de los muchos que cruzan los canales de la ciudad.
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Y nos acercamos también al Puente de los Leones. Esta zona era muy tranquila y romántica, con los canales y el anochecer. Por aquí vivió Dostoievsky, y aquí ambientó alguna de sus obras más famosas.
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Para cenar nos fuimos a una de las cadenas más conocidas y baratas (Teremok: mi crítica en Tripadvisor aquí). Básicamente esta cadena de comida rápida vende sopas de distintos tipos, pelmenis y blinis de diferentes rellenos. Tienen carta en inglés (que hay que pedirle a las cajeras), pero da igual porque luego las cajeras no te entienden, así que es mejor pedirlo todo en ruso porque ni señalando la carta se enteraban...

La comida no estaba nada mala (para ser comida rápida) pero el local con la música de ascensor que se repetía una y otra vez era un poco esquizofrénico. Estuvimos como una hora y cada 5 minutos se repetía la misma canción. Horrible.

Pedimos varias cosas para probar: el kvas, una bebida fermentada muy típica que sabía a cocacola sin gas, blinis rellenos de champiñones, pelmenis, sopas borsch (de remolacha) y ukha (de pescado) y syrniki (pastelitos de queso) con mermelada de fresa de postre.
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Nuestra cena a base de sopas y blinis
Al volver al hotel comprobamos que las matrioskas tenían todas su piezas y las embalamos correctamente para que no se estropearan ni se rozaran en la maleta.
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Al día siguiente tocaría visitar todo aquello que nos quedaba por ver, pues era nuestro último día en San Petersburgo.

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